16 de septiembre de 2012

Bailar con el dolor



Mientras me miro en el retrovisor, puedo ver como mis pestañas, ponen el cartel de cerrado a mis ojos, como mis dientes superiores, muerden a mi labio inferior al ver la hora, y como  mi mano derecha, recoge  mi flequillo con la horquilla que encuentro en el bolsillo de mi pantalón. 
Llevo dos horas conduciendo y la temperatura desde que salí ha bajado considerablemente, lo cierto es que no me encuentro demasiado bien. 
De repente comienza a sonar los primeros acordes de Scar Tissue, de los Red Hot Chilli Peppers. Consigue algo increíble, en pocos segundos me hallo inmersa en medio de otro escenario, mi parabrisas comienza a ofrecerme  una visión muy diferente a la de la anterior, mi brazo izquierdo también queriendo experimentar esa sensación,  sale por la ventanilla para ser testigo de lo que mis ojos están contemplando en esos mismos momentos, haciendo como si dibujara figuras con ayuda del viento. 
Al fondo de esta particular estampa, el sol  intentando despegar sus rayos, detrás de esa gran montaña.
Me aporta tanta tranquilidad esta canción, que ni me doy cuenta de que acabo de llegar a mi destino.


Salgo del coche y lo primero que hago es intentar alcanzar alguna imagen que tenga que ver contigo, sin obtener éxito alguno.
Me dirijo a ti, me miras a los ojos pero tardas menos de dos segundos en desaparecer.
La casa no huele como antes, ya no es la misma. Persianas bajadas, polvo en los muebles, y una sensación de dolor, que hace que no tenga ni ganas de moverme.
Abro mi armario y todo son recuerdos, cosas que sin darme cuenta pasaron y que no volverán a repetirse. Suena el teléfono, es el chico que conocí  la semana pasada, el mismo que dijo que me llamaría nada más llegar a casa. Todos son iguales.
Al ver el móvil me doy cuenta que tengo varios mensajes, entre ellos uno que dice: "¿Nos morimos juntas? "  miro el remitente y me tiro a la cama sin poder pegar ojo.
El hambre me despierta, pero no sé que tiene esta cama que me atrapa. Es la cama de mi madre, me acuerdo que de pequeña me hacía la dormida, y cuando oía el golpe de la puerta al irse a trabajar iba corriendo a su cama para seguir durmiendo. A pesar de los años yo creo que hasta está más cómoda que antes.
 Viendo las fotos que inundan la cómoda de mi madre, comencé a recordar que hace muchos años no me quedaba más remedio que acostumbrarme al dolor, porque cuando uno vuelve a olerlo, habituado a no hacerlo, el dolor puede llegar a ser hasta irrespirable.

Sin embargo, con el tiempo aprendí a no hacerlo, a no dejarme contagiar por ningún virus que quisiera tentarme a hacerlo; aprendí a que Dios, o como quieras llamarlo, aprieta pero no ahoga, aprendí a tragarme las lágrimas y a transformarlas en carcajadas; aprendí a depender de mí y no de los demás; aprendí a seguir y no parar, por muy intenso que fuera el dolor; aprendí a ver las cosas productivas del sufrimiento, a no temerlo; aprendí a soñar despierta; aprendí que el querer no significa sufrir;  pero sobre todo aprendí a bailar con el dolor, sin que me pisara.






1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin palabras, sobre todo con los dos últimos párrafos...