3 de febrero de 2013

La pendiente




Hay veces que tienes que atravesar ciertas metas, para así  poder evaluar de una mejor manera, el camino que has tenido que recorrer, hasta llegar a ella. Una vez pasada esa línea, comienzas a darte cuenta de que esos obstáculos que te imposibilitaban a tomar esa decisión, sólo fueron un cúmulo de casualidades originadas y a la vez mal estructuradas por tu mente. 
Sólo piensas en esos intentos de abandono, en esos momentos de aislamiento absoluto, donde llorar o quejarse te sirve de bien poco. 
Esos momentos en el que tu propio aliento se convierte en tu sombra, y a la vez en tu única compañía.

Por muy dura que resulte ser la elevación de esa pendiente y por muy sola que te encuentres; a pesar de no tener el viento a tu favor, ni el valor suficiente de emprender el camino. Nunca podrás hacerte una  idea, de la cantidad de cosas maravillosas que esconde la parte más dolorosa de dicha pendiente.

Un vez superada la primera pendiente, todo huele de diferente forma. Tus piernas se enfrentan a tus miedos,  y comienzas a disfrutar, dejando un poco de lado al dolor.
Te das la vuelta y es cuando comienzas a valorar el camino ya recorrido.  Dándote cuenta de que aquellas cosas que echabas tanto en falta, no te hacen falta para superar ningún obstáculo. Te das cuenta de que no hay nada imposible, que todo sufrimiento trae consigo su triunfo.

Es imposible saborear el placer de haber alcanzado la cumbre, sin tropezar antes con la contrariedad de las pendientes.
Cada zancada suponía un viaje a lo desconocido, una nueva oportunidad de desechar todo aquello que pesaba de más para los demás, cuando para ti dicha carga carecía de valor numérico.


Mirando hacia adelante, es cuando comienzas a darte cuenta de que nunca habrán pendientes ni miedos suficientes, que consigan paralizar tu lucha, ni esa sensación  tan hermosa de que puedes conseguirlo, por ti sola.