El silencio, el darte cuenta que no hay vida, que lo único que queda en esa casa son los pocos rayos de sol que consiguen adentrarse por la ventana de aquella cocina. Abrir un ojo con la confianza de que lo vivido haya sido solamente algo efimero, y comprobar que no, que las cosas siguen en su mismo sitio, que nada ha cambiado. Ese silencio ensordecedor, que se te introduce en la mente provocándote un fuerte dolor de cabeza, no entiendes, ni puedes intentar hacerlo. Parece como si silencio congelara el tiempo, la ropa sin recoger, las puertas de los armarios sin cerrar, las sillas de la cocina mal colocadas, el esmalte de uñas sin cerrar, la toalla de la ducha tirada en el suelo, las cortinas del salón moviéndose al son del viento, las ollas sin fregar, y de fondo, un sonido de una televisión que nadie ve.
No te acostumbras, no puedes, no debes.
No te acostumbras, no puedes, no debes.
Cuando ves que ese silencio pasa del blanco y negro al color, todo parece tener un sentido, hasta las cosas que antes detestabas comienzas a quererlas. Comienzas a formar parte de una película diferente de la que formabas parte anteriormente, más bonita, sin nada ostentoso, pero bonita. Comienzas a oir ruido, si, un simple portazo, el estornudo de alguien, los pasos de esa persona acercándose a mi habitación para darme los buenos días. Ahí es cuando te acostumbras, cuando realmente no quieres dejar esa casa, cuando ves que esos pequeños rayos que se colaban sin avisar por aquella cocina, se han convertido en rayos de luz, de armonía, de seguridad, de calor humano. Incluso se te llega a olvidar que un día el silencio habitaba allí, no lo recuerdas, no le temes.
Sin emabargo, si regresa como no temerlo, como no desanimarte, no caer.
Así me encuentro cansada, abatida, destruída y lo peor de todo acostumbrada a él. No hay nada peor que acostumbrarte a la oscuridad porque nunca conseguirás volver a ver la luz, por eso prefiero no acostumbrarme, no aliarme con él, levantarme aunque mis piernas no me respondan, sonreir aunque mis labios estén fuertemente sellados, pero nunca acostumbrarme a él.
Así me encuentro cansada, abatida, destruída y lo peor de todo acostumbrada a él. No hay nada peor que acostumbrarte a la oscuridad porque nunca conseguirás volver a ver la luz, por eso prefiero no acostumbrarme, no aliarme con él, levantarme aunque mis piernas no me respondan, sonreir aunque mis labios estén fuertemente sellados, pero nunca acostumbrarme a él.
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